miércoles, 23 de septiembre de 2015
QUE ES LA PRENSA AMARILLA? ORIGEN DE LA PRENSA AMARILLISTA PERIODISMO?
A QUE LLAMAMOS PRENSA AMARILLA O AMARILLISTA? Más Datos Curiosos!
Prensa amarilla o prensa amarillista es aquel tipo de prensa sensacionalista que incluye titulares de catástrofes y gran número de fotografías con información detallada acerca de accidentes, crímenes, adulterios y enredos políticos.
En los países de lengua inglesa, estos noticieros se llaman «tabloides» porque suelen tener un formato menor que el usual de periódicos serios.
prensa amarilla
Hacia 1896 dos magnates de prensa rivales -William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer- eran dueños de dos cadenas de periódicos más poderosas de los Estados Unidos. La lucha se libró sobre todo en Nueva York, donde Hearst era propietario del Journal y Pulitzer del World.
Para superarse en la guerra de ventas, ambos apelaban a los toques más sensacionalistas. Titulares de tamaño catástrofe y gran despliegue de fotografías acompañaban una información que no ahorraba detalles acerca de accidentes, crímenes, adulterios y chanchullos políticos.
De todas maneras esta fórmula acabó fracasando, sin embargo muchos de sus aspectos formales y de contenido han llegado hasta los medios impresos de nuestros días.
Los grandes beneficios económicos que obtuvieron estos primeros periódicos de masas los convirtieron en eje de poderosos monopolios informativos (Pulitzer, Hearst, RCA, CBS)
Parece que la calificación proviene de una historieta llamada The Yellow Kid, que nació en el World. En ella, las palabras del personaje aparecían impresas sobre su camisa amarilla.
El uso de esa tinta en los diarios era una innovación tecnológica, y así, el atractivo propio de la tira se sumó lo detonante del color. El dibujante trabajó alternativamente para uno y otro diario: de esos vaivenes y del común estilo de hacer estallar la noticia ante los ojos del lector surgió lafrase ” prensa amarilla”.
Curiosidades Científicas
AMPLIACIÓN DEL TEMA …
A principios de 1964, con el patrocinio del Instituto Francés de la Prensa, se llevó a efecto en París un seminario para analizar aspectos éticos relacionados con el periodismo. Tuvieron destacada participación, en el congreso, docentes universitarios, periodistas, abogados, sociólogos, magistrados, psiquiatras, cientistas sociales y directores de medios de comunicación.
En las discusiones se deliberó a fondo acerca de las responsabilidades que la sociedad atribuye a todos los factores que intervienen en el proceso informativo, haciendo especial hincapié en lo que se dio por llamar “… el muro de la vida privada”. Se convino que el ejercicio libre del periodismo debería asegurar un mínimo de intimidad a cualquier ciudadano, aun cuando sobre este respecto no hubo unanimidad de criterios.
En el transcurso de los acalorados debates y luego de un intenso análisis de puntos de vista encontrados, se pudo sostener que la cuestión relativa “… al muro que debe garantizar la vida privada”, continuaba siendo algo muy complejo, por los tropiezos que existían para deslindar jurídicamente los ámbitos de protección. Por tanto se admitió que estaban afectos al amparo, tanto la vida familiar como la laboral de todo ciudadano, mas cuando se tratara de “un hombre público” la noción de “muro” variaba. Uno de los documentos oficiales del seminario dejó constancia de los siguiente:
“La gente tiene derecho, en ese caso, (en el de “hombre público”) de conocer a aquel que solicita sus sufragios, a las personas que afrontan la justicia -a condición de que no se publique nada en perjuicio de terceros- y a quienes viven del fervor y del favor populares, o sea, los ídolos, los astros y estrellas de cine y televisión y los ases del deporte”.
El ex ministro de Informaciones de Francia, monsieur Soulié, con vehemencia sostuvo que en occidente, el denominado mercado de los medios de comunicación operaba de manera muy amplia y abierta y que, si bien era efectivo que le correspondía dar cuenta de sus acciones, a los tribunales de justicia, ante las intromisiones que llegara a cometer, también tenía que tener en cuenta “… los gustos y la demanda del público, ávido de tales detalles sobre la vida de aquellas personas de quienes se habla mucho”. Llegó a afirmar con singular claridad que “… el contacto con la vida privada de los grandes de este mundo, contribuye a mantener el equilibrio psicológico del pueblo. La imaginación es una maravillosa válvula de escape, necesaria para la salud moral. Sin embargo, así como existe un límite al derecho de la información, debería existir también una ética profesional, para que el periodista se haga guiar siempre por una especie de conciencia colectiva de su profesión”.
La utópica pretensión de institucionalizar las fronteras del territorio de la privacidad aparece como algo casi imposible y la instancia se ha venido dejando librada a la eventual mesura y ponderación de cada participante, conforme a regulaciones éticas y morales que se han venido formulando -e insistiendo en su aplicación- desde fines del siglo pasado.
En todo caso, y pese a las advertencias y recomendaciones, el interés por lo vedado no cesa. Así lo confirma Jorge Raúl Calvo en su volumen “Periodismo para nuestro tiempo”:
“La avidez por enterarse de lo prohibido, lo oculto, lo inconfesable, esconde siempre una perniciosa y sádica propensión del público en general. A las gentes no les interesa mayormente lo privado en la dimensión de la nota familiar, aquella que nos muestra un prudente mandatario o monarca europeo, rodeado por sus nietos, en el parque de su residencia de verano, mientras nos hace confesiones acerca de sus aficiones por la pesca de la trucha o los trabajos manuales de carpintería. Por supuesto que la posibilidad de difundir o no los detalles de este tipo de entrevistas, analizándolas a la luz de lo privado o lo público, es simplemente absurda. Pero si juega, en el plano dialéctico y controvertido, la picara intención de los lectores, correspondida por los autores de las notas, que se afanan por enterarse de los secretos de alcoba del primer ministro o del combatiente legislador de moda, en un sádico afán de adosarles el consiguiente desprestigio público. O la referencia minuciosa del nacimiento oculto de la reina, estaba asediada por los rumores sobre sus amoríos con el delfín de turno.”
Y, mas adelante el profesor Calvo remata su idea de la siguiente forma:
“Bien sabemos que las confidencias de un político oficialista de primer plano, acerca de sus predilecciones por la música de Chopin o de los paseos matinales en la alameda cercana a su domicilio, no pueden ser motivos polémicos, cuando se trata su difusión, pero si, y altamente, pueden serlo las referencias sobre su eventual-y cotizado regalo a una conocida corista. El redactor desaprensivo sabe muy bien dónde está ubicado ese límite ideal marcado por la prudencia, pero prefiere seguir las bien conocidas predisposiciones del público, hacia la nota truculenta o intencionada. Pone en ello, también, algo de su vanidad y prestigio, que resulta singularmente avalado por estas prácticas irregulares que, indirectamente, lo nimban con una aureola de conocedor amplio acerca de los más íntimos secretos de los influyentes.”
UN PROSPERO NEGOCIO
Hacia 1920 la prosperidad de las grandes cadenas y sindicatos periodísticos que se nutrían del sensacionalismo, era un hecho indesmentible. A esos años corresponde el apogeo del “Daily News” de Nueva York, y de las revistas “American Mercury” y “Harper’s” que se inclinó por las portadas de color verde y que se presentaba a sus lectores como “… paladín de la verdad sobre la vida norteamericana.”
En todo caso vale la pena hacer notar un hecho curioso al que apunta el investigador Silas Bent:
“Entre 1914 y 1926 la cantidad de diarios del país disminuyó de dos mil 580 a 541, pero la circulación conjunta por número se elevó de unos 28 millones a 36 millones de ejemplares”.
Es esa la época, también, en que se formaron cincuenta y cinco cadenas periodísticas que llegaron a controlar 230 diarios, con una tirada promedio conjunta de más de trece millones de ejemplares.
El periodismo se convirtió en una fuente inagotable de lucro con lectores prácticamente drogados por las necesidades de tensas e inesperadas emociones de la más espuria truculencia. Los encargados de marketing de los medios de comunicación sensacionalista empezaron a tener muy claro que un muerto vende bastante, pero que cinco venden mucho más; que un juicio por difamación no deja de ser interesante, pero que otro por perversión sexual es capaz de duplicar una tirada normal.
En esta mezcla bastarda de asuntos íntimos con públicos, en el periodismo de esos años, donde los editores sobresalían por su actitud desaprensiva respecto de los fines naturales de la prensa es imposible no señalar a William Randolph Hearst, que, consiguió superar ampliamente los excesos de todos los periodistas de su época.
Por el tamaño y trascendencia de su más recordada proeza sensacionalista, a la que en forma errada se le atribuye el inicio de tales prácticas, corresponde tenerlo presente, en la memoria, como prueba de las deplorables consecuencias que pueden acarrear, en la opinión pública y los gobiernos, esta clase de irregularidades.
Fuente Consultada: Hechos Sucesos que estremecieron al mundo N°12 El Periodismo Sensacionalista
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